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Fabio Javier ECHARRI
Saliendo de Pamplona hacia el norte, por el valle de Baztan, llegamos al pequeño poblado de Zugarramurdi, a pocos kilómetros de la frontera francesa y sobre los Pirineos, en el corazón del territorio vasco. El censo realizado en 2010, arrojó la cifra de 210 habitantes estables. Aun así, los atractivos naturales y culturales del lugar, entre los que se encuentra el Museo de las Brujas —Sorginen Museoa—, hacen que el pueblo sea visitado por miles de turistas todos los años.
Antes de la Navidad de 1608, una joven, María de Ximildegui, regresó al pueblo luego de haber pasado un tiempo en una localidad francesa. Contó que allí se convertía en bruja y volaba con la ayuda del diablo para asistir a los aquelarres, cosa que también hacía en Zugarramurdi antes de marcharse. A su relato, agregó nombres de algunos habitantes del pueblo que participaban de esos encuentros. Esto fue el disparador para que corrieran muchas versiones de los sucesos entre la población de la comarca, por lo cual inmediatamente se involucró la Iglesia. La histeria colectiva llevó a peleas entre los vecinos y la persecución y segregación hacia los nombrados por Ximilgegui. Algunos, bajo amenazas, terminaron admitiendo su condición de brujos.
Pueblo de Zugarramurdi.
El tribunal de la Inquisición de Logroño se enteró de estos hechos que se hicieron públicos, y los inquisidores Alonso Becerra Holguín y Juan Valle Alvarado tomaron cartas en el asunto. Más tarde se les sumaría un tercer sacerdote: Alonso de Salazar Frías. Al comenzar el siguiente año, ordenaron la detención de cuatro mujeres señaladas por testigos: Estevanía de Navarcorena, Juana de Telechea, María de Jureteguía y María Pérez de Barrenechea, acusadas de participar de aquelarres y cometer asesinatos para contar con el beneplácito del diablo. Días después, fueron detenidos los vecinos Miguel de Goiburu, Juanes de Sansín, Graciana de Barrenechea, Juanes de Goiburu y María y Estevanía de Yriarte con similares acusaciones. Algunos de ellos murieron por enfermedades contraídas en la prisión.
Las confesiones que obtuvieron en Zugarramurdi después de cientos de entrevistas, llegaban al ridículo: reuniones de brujos con la presencia del demonio en las cuevas, orgías en presencia de niños, asesinatos, provocar tempestades en el mar, maleficios contra campos, animales y personas, y hasta dijeron que se copulaba con el diablo.
El inquisidor Alonso de Salazar votó en disidencia, pero aun así se realizó el Auto de Fe el 6 de noviembre de 1610. Hasta el día 8 de ese mes, se concentraron en Logroño más de 20 mil curiosos arribados de pueblos vecinos. La condena fue la hoguera, y aun ante la promesa de salvar sus vidas si se confesaban culpables del ‘delito’ de brujería, los presos mantuvieron firme su declaración de inocencia. Tres días más tarde, fueron quemados en la hoguera Domingo de Subildegui, Graciana Xarra, Petri de Juangorena, María de Echatute, María de Arburu y María Baztán de la Borda. Por otros cinco que habían muerto en la cárcel, fueron quemadas efigies representativas, y a seis más se condenaron a cadena perpetua.
El inquisidor Salazar continuó tres años más con sus investigaciones y remitió informes a la superioridad de Madrid, que emitió un documento en 1614 ordenando que los casos de brujería que se denunciaran sean investigados con mucho escepticismo.
A unos 400 metros del pueblo se encuentran las cuevas, un complejo kárstico superficial, que forman un túnel natural de unos 120 metros de largo, y es atravesado por un arroyo. La altura del mismo oscila entre 10 y 12 metros en su parte principal, pero posee cavidades de distintos tamaños a los costados del mismo. Puede decirse que está formado por dos plantas: la de abajo es el túnel mencionado, y la segunda, subiendo la cuesta del monte, se llega al sector llamado ‘del macho cabrío’ donde se abre en dos galerías.
Museo de las Brujas en Zugarramurdi, Navarra.
En 1935 se encontraron allí testimonios de cerámica prehistórica y láminas de pedernal, correspondientes al período magdaliense —15.000 a 10.000 años a.C.—.
Todo el conjunto posee caminos y escaleras con señalización orientativa para la visita, y una iluminación de tonalidad amarilla que permite ver con claridad las cavidades por donde adentrarse, y le otorgan una interesante estética al lugar. Por los alrededores del predio se observa una vegetación cuidada, caseríos privados, animales de granja y elementos de labranza de los agricultores de la zona. Al lugar se lo llamó akelarre, que en euskera —lengua vasca— significa ‘prado del macho cabrío’. La palabra fue tomada por el castellano para designar a ‘reuniones de brujas’.
A las cuevas se accede por una entrada en donde se provee al visitante de información del sitio y un plano orientativo para la visita.
El museo, inaugurado en julio de 2007, se ubica en un antiguo caserío de tres plantas, remodelado a nuevo, que se utilizara durante décadas como hospital. En el acceso se encuentra la tienda, boletería, baños y auditorio. En este último lugar comienza la visita, con la proyección de un documental sobre ‘la cacería de brujas’ a lo largo de la historia: desde la realizada por la Inquisición, pasando por el nazismo y comunismo, y terminando por las discriminaciones del mundo actual.
Recreación de un caserío vasco del siglo XVII.
Luego se accede al primer piso donde se encuentran las muestras permanentes de la institución. Una ruta señalizada en el piso nos hace de guía y nos lleva por las cuidadas exposiciones. El color negro de los tubos con los nombres y edades de los juzgados y sus condenas en el tribunal de Logroño, sumando a la cabeza del macho cabrío con que nos recibe la sala, brinda el aspecto lúgubre y tenebroso que se quiere lograr y se consigue en el museo. Allí mismo también hay un audiovisual de pocos minutos que el visitante lo enciende en el idioma que desee —euskera, castellano, francés e inglés—, y que nos explica sobre la historia del poblado y su vinculación a la brujería. Continuando el circuito didáctico, se instruye al visitante sobre la inquisición, con una exposición de documentos y elementos que la testimonian, entre ellos los de tortura.
La siguiente planta presenta espacios recreados de principios del siglo XVII como un caserío vasco, elementos de mitología y costumbres vascas. Todo está armónicamente diseñado, con una iluminación acorde a la temática, y una explicación perfectamente estudiada.
Es necesario reconocer que no es el museo el que lleva a los visitantes al pueblo, sino el sitio natural de las cuevas y la historia y la leyenda que las mismas encierran. A esto hay que sumarle el paisaje natural en que se encuentran. Pero es el museo el que cierra el circuito, y que es visitado por todos los que llegan a Zugarramurdi. Y todos se van con la sensación de haber aprendido sobre un pasado nefasto para la historia universal.
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